Fragmentos de un crimen

Fragmentos de un crimen

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por Patricia Espinosa

Crítica de Patricia Espinosa a la novela Fragmentos de un crimen de Max Valdés Avilés.
Viernes 15 de febrero de 2019
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Pedazo A Pedazo

Valdés ofrece un novela extensa y vehemente sobre uno de los casos más intrincados de la historia policial chilena: el del descuartizado de Quilicura.

A comienzos de 1973, un jardinero encuentra entre unos matorrales un torso humano y, paralelamente, un comerciante del Mercado Persa da con un par de bolsas con restos humanos, iniciándose así una ola de rumores sobre el consumo de carne humana en la ciudad de Santiago. Unos días después es descubierto el cadáver de una mujer en un departamento de la calle Matucana. Se determina que los hallazgos corresponden a dos fallecidos; el español Mariano Salazar y María del Carmen Fernández, casados entre sí y protagonistas de uno de los casos más intrincados de la historia policial chilena. Fragmentos de un crimen, de Max Valdés Avilés se basa en este famoso caso, conocido como, “el descuartizado de Quilicura”.

Lo que primero destaca en esta narración es la acabada investigación del autor para reconstruir lo que se supuso un crimen perfecto. Valdés se sitúa cuarenta años después de los hechos y propone como investigadores a Roman Jacobson, escritor, profesor de castellano de mediana edad, y Clara Gerhaus, su joven novia. Clara estudia derecho y quiere realizar su tesis en los homicidios del matrimonio, aportando con las motivaciones y el nombre del asesino.

Si bien durante dos años la pareja realiza conjuntamente la investigación, el control el relato lo tiene el narrador, Roman, cargando en exceso la historia con fragmentos autobiográficos, fábulas de su padre, sueños y gustos literarios y cinematográficos. Eso deja muy poco espacio a Clara, de quien sabemos tiene gran capacidad intuitiva, pero por sobre todo mucha sensualidad.

La novela incluye múltiples declaraciones de testigos y sospechosos, así como documentos legales como querellas, demandas de abogados y testimonios de cercanos a las víctimas. Este método polifónico no diluye la voz del narrador y permite a la novela alcanzar un alto grado de verosimilitud e incluir al lector en la diversidad de posibles implicados. Todos los cercanos resultan, de una u otra forma, sospechosos, y sus dichos son desconcertantes y muchas veces contradictorios; por tanto, el método de exponer el habla directa de estos personajes resulta certero. Sin embargo, el problema de este método es que la diversidad de voces tiende a repetir información, ayudando poco a resolver el caso.

El segmento final de la novela se vuelve resbaladizo, más bien se le escapa a este diestro escritor de policiales. Sin necesidad, la narración toma un aire cercano a lo fantástico. Además, pierde dramatismo mediante el uso de chistes, como este donde alguien imagina que los muertos se presentan diciendo: “¡Estamos vivos, en el refugio los dos!”. Más encima, deja una pista abierta, una muy importante, nada menos que en el penúltimo párrafo de la novela. Si esta fuera una novela por entregas, podría comprenderse, pero nada indica, ni por la extensión ni por el diseño, que vaya a ser así.

En el terreno extraliterario hay un hecho que incide en este relato. El caso del descuartizado fue reabierto el año 2009 por la PDI, para realizar un examen de ADN a los restos y verificar su identidad. Fragmentos de un crimen se sitúa antes del examen, por lo que elude un hecho capital que debió ser integrado a la ficción. Aun así, pese al exceso de biografía del narrador y de relatos laterales, Max Valdés ha escrito una novela extensa y vehemente, que no se deja abandonar y que permite establecer valiosos cruces entre la historia del país y el género policial.

Por Marcelo González Z.

Magister en Literatura U de Chile
Doctor en Letras Pontificia Universidad Católica de Chile.
Investigador especialista del género policial y negro

Bauticé mi tesis doctoral como “La batalla de las metáforas” porque sentía que el género negro y la novela policial específicamente dentro del mismo, estaban librando una guerra en contra de dos de los principales lineamientos que la Concertación de partidos por la democracia había hecho suyo desde el fin de la dictadura: el silencio y el olvido como lineamientos caídos desde el Estado.

Frente a eso, los escritores de novela policial hacían suyo el rescate por la memoria y libraban una pelea desde el papel, digna y pausada, ciertamente que silenciosa, para dejar testimonio de los atroces crímenes que habían bañado nuestro país en los últimos 40 años.

Encontrarse años después, entonces, con Fragmentos de un crimen, novela de Max Valdés, lo vuelve a poner a uno en perspectiva en relación con los límites del género y con los objetivos del mismo. Sin lugar a dudas, es una gran novela.

Veamos.

Fragmentos de un crimen se constituye a sí misma como un artefacto de memoria, como un gesto menor pero definitivo acerca del Chile que existía inmediatamente antes del golpe; el Chile confuso y caótico, a medio camino entre la explotación y la pobreza, perdiendo el rumbo, encontrándose en la lucha social y saltando al abismo de violencia y muerte que marcaría a nuestro país para siempre.

En ese contexto, Valdés se atreve a contar una historia menor, pequeña, que pareciera estar siempre dialogando con el futuro cercano que es nuestro pasado inolvidable y con el futuro lejano, que es nuestro presente olvidable: la historia de dos asesinatos salvajes, cuyos motivos se desconocen, volviendo la realidad incomprensible, al igual que la violencia que vendrá y que se anuncia en estas páginas.

Dos cuerpos, uno mutilado y seccionado en varias partes, y otro sumergido hasta la podredumbre, pueblan el texto y dan cuenta de la estética que construye a la narración: como el primer cadáver, la historia se construye a pedazos, a retazos, paso a paso, como si el narrador no quisiera perder ningún detalle de un caso que ya ha perdido demasiados.
Episódicamente, la historia se desarrolla en tres tiempos paralelos: acudimos al tiempo de los asesinatos, a las tardes de la investigación bajo la dictadura y al intento de reconstrucción del mismo en la época actual. Esta estructura, nos va entregando, además, una galería de personajes variados pero fundamentales para comprender todos los procesos que han hecho de la víctima, prácticamente, un mito urbano para quienes aún tienen en la retina o en la memoria aquellos sucesos.

Y aquí viene lo interesante porque surge la pregunta transversal a toda la historia: ¿qué importancia tiene un crimen como este, pasional, económico, social, nunca político, a la luz de la tragedia que azotará el Chile socialista del presidente Allende?

Ciertamente que la novela no intenta responder esta interrogante: solo se limita a dar cuenta de la historia, esperando que sea el lector quien no solo ate los cabos sueltos, sino que además, sea capaz de empatizar con las víctimas del horrendo crimen, que pasaron al olvido a causa de la traición de las fuerza armadas. Mientras tanto, esboza la pregunta acerca del mal, endémico y social propio de estos textos: ¿Cuándo surge? ¿Dónde está? ¿Quiénes lo usan como emblema?

En este sentido, aparecen como definitiva y centrales, dos momentos de la obra que, curiosamente -no al azar, podría pensar alguien más suspicaz- se encuentran en la mitad numérica de la obra: primero, la profecía o maldición que realiza la madre del difunto cuando ve que se le niega la posibilidad de recuperar el cuerpo del que se supone es su hijo. Sus palabras permiten vislumbrar el terror de la certeza de lo que vendría a convertirse el país.

Y segundo, aún más radical y más violento, las palabras del (ex)detective Benavides, cuando a través de su testimonio, personal y culposo, recupera la historia de las torturas y violaciones a los DD.HH. que la clase política más nefasta de nuestro país insiste en ignorar, perdonar u olvidar. Su narración, que estremece por lo violento y lo inhumano, instala el crimen de la pareja de españoles en perspectiva y le otorga el valor de mostrarnos como un reflejo, quienes fuimos y en quienes nos convertimos. La respuesta, es espeluznante a la vez que decepcionante.

La investigación misma, por el contrario, resulta trepidante.

Construida en base al juego de la ficción/no ficción, pone en tela de juicio no solo la verdad como hecho en sí, sino que el estatus mismo del arte de contar historias. Esto, abre una dimensión riquísima al texto y una originalidad poca veces vista o trabajada en el género nacional.

Aún más. La obra dialoga abiertamente, porque no podría ser de otra forma, con la monumental 2666 de Bolaño y en esta conversación, apoya su estructura, su idea y su construcción formal y, en cierta manera, la relación con el mundo criminal: en “lo cotidiano también existe la tragedia” dice el texto, mientras se narra una historia en donde vida y muerte, como en lo crímenes de Juarez, caminan lado a lado.

Así, la narración entra y sale del artificio de la ficción usándolo como artefacto: se enmascara en su propio realismo histórico-si es que tal cosa existe- para fijar el estatus de ficción y, así configurarse como depositario de una memoria individual y, por extensión, colectiva.

Acompañado de Pedro Páramo, Raymond Carver, Anton Chejov, Harold Pinter y Jorge Luis Borges, como no; todos ellos le entregan una dimensión insospechada que aquí estamos lejos de lograr dilucidar, pero cuyo trabajo desde diversas dimensiones temporales, logra enriquecer la dinámica interna del texto.

Mezclando diversos estilos narrativos y registros de habla, por último, Fragmentos… se constituye como una piedra fundamental, angular, del género negro nacional y abre perspectivas nuevas y poco trabajadas para quienes intenten seguir librando la batalla contra el olvido institucionalizado.

Por Antonio Rojas Gómez

Escritor de novela negra

“Fragmentos de un crimen”,
Editorial Vicio Impune, 359 páginas.

El asesinato del descuartizado de Quilicura, que conmovió a la opinión pública en febrero de 1973, y que nunca fue aclarado por la policía, da pie a Max Valdés Avilés para construir esta novela que va más allá del puzle policial y se entronca en la gran novelística capaz de reflejar un mundo, una época, una sociedad y un amplio arsenal de personajes cada cual con sus propios problemas que trascienden al tiempo.

El descuartizado, del cual se encontró primero el tronco en las vecindades de la vía férrea al llegar a Quilicura, y más tarde la cabeza desfigurada y las piernas, mas no las manos, no consiguió ser identificado con la tecnología de entonces. Hoy no sería problema, mediante el ADN, pero hace más de cuarenta años la policía solo contaba con las huellas digitales para establecer la identidad de una víctima. Se concluyó, sin embargo, que debía de tratarse del español Paco Muñoz, quien residía en un departamento a la entrada de Matucana, con su esposa inválida. La mujer fue encontrada días más tarde en la tina de baño de su domicilio. Había sido asesinada.

Están claros los antecedentes para una historia policiaca de atractivo mayor. Pero hay más. Y el autor supo bucear en el mar proceloso que era el país a comienzos del 73. Y lo entrega en sus páginas que plantean la visión de un caos que superó con creces un par de homicidios misteriosos. Porque siete meses más tarde, a principios de septiembre, los crímenes iban a contarse por decenas, cientos y millares, y los funcionarios encargados de investigarlos iban a ser destinados más bien a cometer los suyos. Del caso del descuartizado no se volvió a hablar.

Hasta ahora que lo rescata este libro formidable en que Valdés ha acopiado una cantidad impresionante de información, proveniente de archivos judiciales y policiales, de informes periodísticos y de su propia investigación con testigos y protagonistas de aquel entonces en que él ni siquiera había nacido.
La novela se edifica en torno al amor del narrador, profesor de lenguaje y aspirante a escritor, con una hermosa joven que prepara su tesis para recibirse de abogado. Entre ambos van adentrándose en el caso de los dos homicidios, que quedó entre paréntesis tras el golpe militar, y a cuyo autor, o autores, pretenden identificar y entregar a la justicia, a despecho del tiempo transcurrido, que les asegura la impunidad por prescripción del delito.

El relato se mueve en múltiples direcciones. No hay una voz única que dé cuenta de los hechos a medida que transcurren. Se suceden informes, noticias y recuerdos de ayer, mezclados con las expectativas de los jóvenes investigadores para su presente y aun su futuro. Aparecen personajes de uno y otro tiempo, viven y añoran sus propias opciones, desaparecen y vuelven a surgir cuando el interés de la trama los requiere.

De hecho, el libro comienza con un niño de diez años, a quien su madre envía a casa de su padre no para pedirle nada, sino para “exigirle lo nuestro”. El padre es Paco Muñoz, quien nunca reconoció a la criatura, fruto de sus relaciones con una antigua empleada de sus negocios. Muñoz se casó más tarde con una española, pero no tuvieron hijos. Y la madre del chico estaba convencida de que le correspondía parte de la fortuna que había amasado el español, quien estaba próximo a viajar a Ecuador, porque la tensa situación política chilena, si bien se prestaba para que hiciese pingües negocios en el mercado negro, le alteraba los nervios.

He ahí el comienzo. ¿Y el final? Solo vamos a decir que está a la altura del resto del libro. Un libro que, en el libro mismo, todavía no existe. ¿Cómo se entiende entonces? Bueno, hay que leerlo, y resultará claro como el agua.

por Ramón Díaz Eterovic

en WWW.POLITIKA.CL
Una sociedad vista desde la perspectiva del crimen

La narrativa criminal o policial como se le conoce preferentemente vive un buen momento en nuestras letras. De ser un género frecuentado esporádicamente por los autores chilenos, ha pasado a ser una perspectiva recurrente para observar el devenir de nuestra sociedad neoliberal plagada de crímenes y delitos que dan cuenta de las raíces más oscuras del poder que gobierna desde la política y la economía. Ejemplo de los dicho son tres novelas de reciente publicación: “Juegos de villanos” de Julia Guzmán Watine, “Desierto” de Daniel Plaza, y “Fragmentos de un crimen” de Max Valdés Avilés.

Fragmento de un crimen o el asesinato como parte de la historia

Max Valdés Avilés es un autor que tiene una sostenida obra narrativa, compuesta por algunos volúmenes de cuentos y cuatro novelas, entre las que podemos mencionar: “Manuscrito sobre la oscuridad” y “El ladrón de cerezas”. Acaba de publicar “Fragmentos de un crimen”, novela en la que aborda un doble asesinato ocurrido a inicios del año 1973, y que ha pasado a los anales de la criminalidad chilena con el nombre del “descuartizado de Quilicura”. El hecho llenó los titulares de los diarios de la época y la prensa siguió la pesquisa policial que se inició con la aparición de los restos descuartizados de una de las víctimas. Primero el torso, luego la cabeza y sus extremidades, a excepción de las manos que nunca aparecieron, con lo que durante un buen tiempo dio margen a todo tipo de especulaciones acerca de la identidad del asesinado. Más tarde aparecería el cadáver de su esposa, asesinada en el departamento de la calle Matucana donde vivía la pareja.

Valdés combina con acierto la ficción con la investigación periodística, y uno de los méritos de su novela es el seguimiento detallado de la pesquisa, a cargo del policía Benavides. También es destacable la reconstitución de la época en que sucedió el crimen, en pleno gobierno de la Unidad Popular, y en una ciudad como Santiago que es retratada con su marginalidad a flor de piel. Los hechos políticos conforman un telón de fondo que permite apreciar la agitación de la época; los enfrentamientos diarios entre partidarios y opositores del presidente Salvador Allende, el desabastecimiento impulsado por el empresariado de derecha, y cierta sensación en el aire que generaba inquietud en las personas que anticipaban el quiebre radical y violento de la sociedad chilena.

Cuarenta años después de los hechos, la historia del crimen es rescatada por una pareja de improvisados investigadores: Clara y Román. Ella estudia derecho, y él es profesor. Y ambos, al igual que el autor, estudian la prensa de la época y documentos judiciales, entrevistan al policía que estuvo a cargo de la investigación, y paulatinamente van develando las características de un crimen y la violencia que lo motivó. Valdés consigue captar la atención desde las primeras páginas de su atractiva y bien lograda novela. Ayuda a eso la variedad de voces que asumen la narración y desde luego el dosificado suspenso con la que ella está estructurada. Como hiciera en su momento Truman Capote en su afamada novela “A sangre fría”, Valdés consigue meterse en la piel de los distintos protagonistas de su historia, y gracias a los elementos de ficción consigue cerrar un caso que, en la realidad, sigue abierto hasta nuestros días. Primeros por los errores policíacos del momento, y luego porque el crimen del descuartizado pasó a segundo plano una vez que se produce el golpe militar de septiembre de 1973 y la sociedad chilena comienza a vivir otros crímenes aún más horribles, sistemáticos y crueles. Max Valdés entrega una novela de gran factura que se instala entre los buenos textos que han dado vida a la narrativa criminal chilena de los últimos años. Una novela que nos habla de la historia mínima de los chilenos y de la violencia que siempre ha estado presente en ella.

por Julia Guzmán Watine

Magister en Letras USACH
Profesora de Estado Lenguaje

Reflejos de un crimen perfecto
Max Valdés Avilés: Fragmentos de un crimen. Santiago: Vicio Impune, 363 páginas. Septiembre, 2018.

Cuando se habla de un crimen perfecto -escuché por ahí en una entrevista de un señor Calvo a un señor Valdés- se señala un asesinato que no ha sido resuelto por la destreza, pericia y astucia del asesino o a la candidez, impericia o torpeza de los detectives. Un crimen perfecto es un misterio sublime, sobre todo si se inspira en una fechoría, un golpe bajo o una felonía del mundo de los de carne y hueso; sobre todo si el “puntapié inicial” para un mundo ficticio es un fracaso todavía latente, que permite al lector-escritor reivindicar la conciencia de lo inconcluso, aunque sea en nuestras mentirosas mentes.

Fragmentos de un crimen de Max Valdés Avilés indica una víctima despedazada; señala al descuartizado de Quilicura de febrero del 73; expresa voces y registros fragmentados, un puzle imposible e incompleto, con figuras de hologramas tornasoles multiformes, modificados según la hipótesis y las dudas, piezas que se transforman y que no pueden encajar a la perfección. Esta novela nos presenta, además, a unos jóvenes detectives, Clara y Román, también fragmentados, tan lúcidos en la investigación como extraviados y disociados en sus vidas sin asidero -ni siquiera inconsistente- que permita alguna justificación -aunque sea irracional-.

Entrando en materia, Fragmentos de un crimen es una indagación real, ficticia y real de un asesinato doble: el descuartizado de Quilicura y una mujer de un poco más de cuarenta años. La pesquisa principal de la ficción -que sigue la pista de la Brigada de Homicidios en 1973- se ambienta a partir de 2012. En otras palabras, Clara y Román -sujetos de este siglo- repasan la búsqueda de Benavides, recrean el itinerario del frustrado policía de los años 70. Clara lo hace para titularse de Derecho y su incondicional novio (¿o escudero?) escribe, con este material, su novela policial. Entonces, se produce, a través de Clara, una “metainvestigación”, es decir, una investigación de una investigación, a través de la revisión de archivos policiales, judiciales, noticias de la prensa escrita, entrevistas y más documentos; y Román, por su parte, ficcionaliza la pesquisa de su novia.

Es muy difícil, casi imposible no perderse en este diálogo entre la realidad (ya pasada por el cedazo ficticio de los recuerdos y las versiones subjetivas) y la ficción.

Es difícil, si no imposible.

Román ficcionaliza “lo real”, como Max Valdés lo hace a través de sus detectives inexpertos. El autor indaga, recurre a los archivos de la actual PDI, visita el sitio del suceso, entrevista a los testigos sobrevivientes de los años y sus avatares; escudriña la prensa de la época y presenta a dos personajes que siguen una ruta similar a la suya; ellos trazan, por su parte, el mismo recorrido que Benavides, quizás inspirado, este último, en un policía frustrado que aparece en las crónicas policiales de la prensa y en los registros de la pesquisa.

De esta forma, aunque la novela aluda a Macbeth, como una señal pesimista de los aleteos de personajes y sus fracasos, la multiplicación de espejos (pienso también en Hamlet) permite acercarse a escritores y sus reflejos que toman las realidades o sus fragmentos como puntos de partida; a detectives que se obsesionan con sus interrogantes; y a Max, Román y Clara que señalan dicho espejo como el demonio que pueden (podemos) llegar a ser.

El lector atento sospecha, toma nota, indaga con Clara, Román y Max; investiga con Benavides; surgen dudas, contradicciones y el mundo se derrumba. La lectura de esta novela se vive con recelo, suspicacia: ellos se equivocan, mienten o están locos. Todos muestran una faceta que será desmentida posteriormente y comienza una aventura hacia una oscuridad contagiosa, cual peste que obsesiona, enloquece y, quizás, también sacrifica, asesina.

Entrenieblas

23 de abril de 2019

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